REQUIEM POR UN CORREDOR DE VERANO




Es 4 de Agosto y la decisión está tomada. Después de 10 meses de inactividad vuelvo a correr. Después del objetivo alcanzado el octubre de 2018 vuelvo a correr. El objetivo fue la carrera de la ciencia, que me exigió entrenar durante varios meses para correr 10 km con el objetivo de no sobrepasar la hora. Lo cumplí. Apenas tres minutos menos que la hora, pero para mi todo un triunfo.
Hace muchos muchos años cuando en Amorebieta llegué a correr 15 km en una hora. Tenía trece años, entrenaba a cross y esa fue la mayor distancia que llegué a correr. Después, veinte años de halterofilia convirtieron mi corazón en una máquina anaeróbica y así se mantiene, condenando mis pasadas setenta pulsaciones por minuto en reposo a un esfuerzo mayúsculo cada vez que salgo a correr.
Me he propuesto dar dos vueltas, aún a sabiendas que no voy a poder. Como ya son varios veranos que repito esta rutina conozco las sensaciones de memoria. Aún así me engaño a mi mismo y digo que voy a dar dos vueltas. Caliento bien, eso sí lo sé hacer y cuando empiezo a subir las rodillas hasta el pecho, como cuando hacía spinning en el colegio, el corazón ya me dice que soy demasiado optimista.
Entro al recorrido como cuando sale el toro del toril, con la cabeza alta y el trote alegre. Esto me dura minuto y medio, apenas trescientos metros. A partir de ahí se impone un paso lento, apenas más rápido que un paso rápido que me permite avanzar sin parar. Busco la sombra. El paseo de Los Chopos se encuentra en el parque regional del Henares. El camino que casi todos hacemos es de tierra prensada y en su mayor parte flanqueado por grandes plataneros que dan sombra al camino. Pero yo he accedido por una entrada secundaria, cercana a una depuradora. La parte más dura porque la falta de sombra se mezcla con el mal olor del agua estancada en los tanques de la depuradora que favorecen la decantación de esas aguas, en lo que es el primer paso de la depuración de aguas.
Por eso empiezo por ahí, para pasar el mal trago cuando todavía estoy fresco. El mal trago apenas dura un minuto, bueno, para la sombra aún me queda un poquito más pero el mal olor pasa rápido.
El camino gira noventa grados a la izquierda y la sombra es toda mía. Chicos y chicas andando en bici, corriendo o simplemente paseando. Padres con hijos pequeños; es un lugar ideal para pasear y hacer deporte dominguero, como yo. Ahí voy, avanzando hasta el próximo largo que se aprecia a lo lejos, como a ochocientos metros.
Al llegar giro de nuevo noventa grados a la izquierda y mi reloj de actividad me marca dos kilómetros de distancia. Estoy empapado en sudor. Recuerdo mi época de corredor, esa a la que antes he hecho referencia. Vamos a ponerle un poco de estilo, caer con la parte delantera del pie e impulsarme girando el tobillo para que el pie haga de palanca y arriba esas rodillas. Nada, es muy cansado, el estilo para otro día. Hoy toca sobrevivir. Mi cuerpo cae a plomo sobre el pie de apoyo y bastante hago con seguir trotando sin parar.
Estoy llegando a la entrada principal. No veo chopos por ningún lado. Supongo que por algún lado estarán o estuvieron porque si no, no le veo sentido al nombre. Ahí vuelta de nuevo de noventa grados a la izquierda. Ahora hay menos sombra porque el camino ya no está flanqueado por árboles pero la recompensa está cerca. Veo la entrada por la que hace casi media hora accedí y acelero el paso. Y veinte metros antes de completar la vuelta entera me paro. Siempre lo hago. Termino andando y el reloj de actividad marca 3350 m. Vamos, parecido a lo que marca Google Maps. Y el tiempo invertido 26 minutos.
Me voy a casa con la vergüenza del tiempo tardado y la alegría de no haberme parado. Eso sí, siempre supe que la segunda vuelta quedará para septiembre.

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